El Camino de la Expiación Revelado en la Cruz – Pastor David Jang

El suceso de la crucifixión de Jesucristo constituye el eje central de la salvación que atraviesa toda la Biblia, y es a la vez el lugar donde se cruzan de manera dramática el pecado de la humanidad y el amor de Dios. De manera particular, en Juan 19:17-27 se describe el proceso de la crucifixión de Jesús con un relato breve pero inmensamente poderoso. Aunque el momento en que Jesús es clavado en la cruz en el monte llamado Gólgota o Calvario se presenta de forma muy concisa, encierra una tragedia inconmensurable y, al mismo tiempo, el profundo amor de Dios hacia el pecador. Todo creyente que reflexione en esta escena debe recordar cuán dura y estremecedora fue la senda de la cruz que recorrió Jesucristo, y comprender que ese camino fue, en realidad, la vía expiatoria a nuestro favor. El pastor David Jang enfatiza que “todos los acontecimientos y detalles que se manifestaron cuando Jesús fue clavado en la cruz dan testimonio, a la vez, de la humildad y entrega infinitas del Hijo de Dios y de la crueldad de un mundo manchado de pecado”. Basados en esta enseñanza, abordaremos de manera unificada, bajo el gran tema “Fue clavado en la cruz”, los pasos de Jesús hacia el Calvario, las personas que estuvieron a su lado y hasta la conducta de los soldados romanos allí presentes, examinando a fondo la verdad y la enseñanza eterna del evangelio que encierra esta escena.


1. El juicio ante Pilato y la decisión de condenar a Jesús

Al observar el proceso mediante el cual Jesús fue entregado a la cruz, vemos que, primeramente, Él es llevado ante el tribunal de Pilato, donde la enorme presión y las acusaciones falsas de los judíos lo condenan a muerte. Pilato, aunque intuía en cierta medida la inocencia de Jesús, finalmente cedió ante su propio interés de conservar su puesto como gobernador romano y evitar posibles motines de los líderes judíos y de la multitud. Así, terminó por sentenciar a Jesús a la crucifixión. Sin embargo, en la decisión de Pilato hubo algo que no varió: colocar el letrero sobre la cruz que decía “Jesús Nazareno, Rey de los Judíos”. Los sumos sacerdotes y los líderes judíos protestaron diciendo que escribiera: “Este dijo: ‘Yo soy Rey de los Judíos’”, pero Pilato se mantuvo firme respondiendo: “Lo que he escrito, escrito está” (Jn 19:22). Al obrar así, proclamó de forma irónica que Jesús era en verdad el Rey de los judíos. El pastor David Jang llama a este episodio “la verdad que se pone de manifiesto en medio de la ironía”. Aunque Pilato, movido por conveniencias políticas, llevó a Jesús a la cruz, con su propia mano declaró que Él era el Rey legítimo. Incluso en medio de las decisiones humanas y las intenciones pecaminosas, la providencia de Dios se revela en la historia.


2. El trasfondo del “Camino al Calvario” y la idea de la expiación

El trayecto de Jesús con la cruz hacia Gólgota se vincula estrechamente con la concepción judía tradicional sobre el pecado. En Levítico 16 se describe la celebración del “Día de la Expiación”. El sumo sacerdote preparaba dos machos cabríos: uno para ofrecerlo como sacrificio por el pecado ante Yahvé y el otro para cargar simbólicamente los pecados de todo el pueblo y, tras ser expulsado al desierto, morir. De este modo, la comunidad de Israel recibía la gracia del perdón gracias a la muerte de un animal inocente que moría en lugar de las personas o era enviado al desierto. Esa figura del “chivo expiatorio” alcanza su cumplimiento supremo y eterno en el suceso de la cruz de Jesús. Asimismo, Isaías 53 profetiza la imagen de ese “siervo sufriente”: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados” (Is 53:5). Como un cordero llevado en silencio al matadero, el Señor recorrió el camino del sufrimiento sin pronunciar palabra. El lugar donde ese camino se consumó fue el monte Calvario.

Reflexionando sobre Isaías 53 y Juan 19, el pastor David Jang insiste en que “cuando Jesús cargaba la cruz camino de Gólgota, se cumplía en ese momento la profecía vista por el profeta Isaías sobre el siervo sufriente”. En este aspecto, debemos prestar atención al hecho de que el Señor llevó sobre Sus propios hombros la cruz reservada a los condenados. La crucifixión era el método de ejecución más cruel y humillante del sistema romano de la época. Se excluía de este castigo a los ciudadanos romanos, y se reservaba para los pueblos subyugados o los criminales más abominables, a quienes obligaban a llevar la misma cruz con la que serían ejecutados por las calles de la ciudad. El propósito era infligir al reo la máxima humillación y, de paso, infundir temor en la población para evitar rebeliones. Más aún, Jesús ya había sido brutalmente golpeado por los judíos con varas y látigos y, por ello, se encontraba en un estado físico muy debilitado. Aun así, soportó en silencio aquel camino.

Según Mateo 27 y Marcos 15, Jesús se desplomó debido a la fatiga mientras llevaba la cruz, y entonces los soldados romanos obligaron a un hombre de Cirene llamado Simón a llevarla por Él. Simón venía de la región norteafricana de Cirene (actual Libia) para la Pascua y se topó con la escena de la crucifixión. Aunque no era judío, ni tenía la intención de participar en esa situación, acabó compartiendo el dolor (¿y el honor?) de cargar la cruz de Jesús. Marcos lo presenta como el padre de Alejandro y Rufo. Más adelante, en Romanos 16:13, Pablo envía saludos a un tal “Rufo”, y existe una gran probabilidad de que sea este mismo hijo de Simón. Así, la tradición eclesiástica señala que Simón y su familia pasaron a formar parte activa de la comunidad cristiana tras aquel suceso. El pastor David Jang explica que “hay quienes cargan la cruz de forma obligada, pero incluso en esa circunstancia forzada, cuando participan del sufrimiento del Señor, tal experiencia puede convertirse en una puerta de bendición”. Tal vez Simón se proponía regresar pronto a su tierra después de visitar Jerusalén en la Pascua, pero aquella vivencia de llevar la cruz transformó su vida y la de su familia.


3. La crueldad de las autoridades humanas y la valentía del sacrificio de Jesús

El recorrido de Jesús cargando la cruz se convierte en la cúspide de la violencia ejercida por las autoridades humanas y la insensibilidad de la multitud. Entre burlas y golpes, llevando la corona de espinas, cruzó el camino al Calvario (Gólgota). El nombre de Gólgota (Calvario) procede de un término hebreo que significa “cráneo” o “calavera”, un lugar horrendo, lleno de restos de ejecuciones. Los líderes religiosos judíos querían ubicar a Jesús en la misma categoría que los criminales más viles y, por ello, pusieron a dos ladrones a Su derecha y a Su izquierda. No obstante, de manera paradójica, esa escena subrayó aún más la inocencia de Jesús y el plan divino de salvación. Porque, si bien la cruz era motivo de afrenta y burla para el mundo, para los que creen en Jesús es el trono de la gracia y el poder de la salvación. El Señor, aunque sufrió el mismo castigo que los delincuentes, siendo totalmente inocente, se ofreció a morir en lugar nuestro como sacrificio perfecto.

Juan 19:19 en adelante relata cómo los sumos sacerdotes se indignan ante el letrero que Pilato había escrito, “Jesús Nazareno, Rey de los Judíos”. Le piden que lo cambie por “Él dijo: ‘Soy Rey de los Judíos’”, pero Pilato responde tajantemente: “Lo que he escrito, escrito está”. Este brevísimo diálogo deja claro que el título de “Rey de los Judíos” no será revocado. Aun cuando Jesús vino como verdadero Rey de los judíos, los líderes religiosos de Israel lo rechazaron. Pretendieron forzar al gobernador romano a que borrara aquella inscripción, pero Pilato se rehusó a retractarse y, de forma involuntaria, promulgó al mundo entero –en latín, griego y hebreo– que “Jesús es el Rey”. El evangelista Juan percibe el significado simbólico de este suceso y lo registra para que los lectores comprendan que en la cruz se consumó la realeza de Dios. El pastor David Jang lo describe de este modo: “Dios utiliza incluso la maldad y la astucia humanas para revelar Su plan de salvación”. El ser humano no puede salirse de la soberanía divina, ni siquiera los actos injustos de condenar a muerte a Jesús. Al final, todo se encamina al cumplimiento de los propósitos de Dios.


4. El despojo de la vestidura de Jesús: “La completa renuncia”

Seguidamente, en Juan 19:23 y versículos siguientes, se narra cómo los soldados se reparten las vestiduras de Jesús. Al ajusticiar a un reo, solía ser costumbre que los soldados se repartieran sus últimas posesiones. Repartieron las ropas de Jesús en cuatro partes, una para cada soldado, y al llegar a la túnica, tejida de una sola pieza, decidieron no romperla, sino echar suertes para adjudicársela. Juan vincula esta escena con el Salmo 22:18 (“Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes”), mostrando así el cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento. Sin embargo, más allá de la referencia profética, no debemos perder de vista la cruda realidad: Jesús fue despojado de todo lo que tenía en el mundo, hasta el último trozo de tela para cubrir Su cuerpo, mientras los soldados echaban suertes por Sus prendas. Esto representa el pináculo de la “entrega total”. Aunque durante Su ministerio terrenal se dice que el Señor no tenía “dónde recostar la cabeza” (Mt 8:20), llegado el momento final, colgado en la cruz, verdaderamente no conservó nada. El pastor David Jang subraya que esto constituye “la prueba de que Jesús, siendo Dios, se despojó voluntariamente de todo para convertirse en ofrenda expiatoria por nosotros”. Hasta el último instante, no reclamó posesión alguna, sino que se dedicó a pagar el precio por nuestro pecado.

En esta escena, se pone de manifiesto un gran contraste: de un lado, los soldados que, a los pies de la cruz, echan suertes para apropiarse de la última prenda del moribundo; y del otro, Jesús, que no posee nada y lo entrega todo. El mundo, cual soldados avariciosos, trata de apropiarse de lo ajeno, mientras que Jesús renuncia a Sus derechos y se entrega por completo. Tal oposición revela la cruda realidad del pecado humano y, simultáneamente, la perfección del sacrificio divino. Por ello, el cristiano no debe identificarse con la conducta de los soldados, sino contemplar la vida de Jesús, quien en la cruz lo dio todo. Este pasaje representa un desafío radical para quienes hoy viven atrapados en la obsesión por adquirir y poseer. Contemplando al Jesús crucificado, somos llamados a la humildad, a la solidaridad y al sacrificio personal. El pastor David Jang advierte: “A veces, aún bajo la sombra de la cruz, la iglesia se parece a aquellos soldados que pelean por repartirse sus propias ganancias. Hemos de contemplar al Señor que nada tuvo y, al ver Su ejemplo, arrepentirnos y renunciar a nuestro afán de posesión”.


5. Las mujeres al pie de la cruz y la formación de una nueva familia espiritual

En Juan 19:25 se mencionan los nombres de las mujeres que permanecieron junto a la cruz de Jesús. Allí estaban Su madre, María; la hermana de la madre de Jesús (Salomé, madre de Jacobo y Juan, según Marcos), María, esposa de Cleofás, y María Magdalena. En la cultura de la época, la mujer tenía un estatus muy limitado y no era considerada formalmente “discípula” como los hombres. Sin embargo, paradójicamente, fueron estas mujeres las que se mantuvieron hasta el final en la escena de la crucifixión. Era un lugar terrible, donde se ejecutaba a criminales violentos, y el simple hecho de asociarse con uno de esos condenados podía acarrear serios riesgos. Aun así, ellas se quedaron para acompañar el sufrimiento último de Jesús. Este es un claro ejemplo de que “en el amor no hay temor” (1 Jn 4:18). El pastor David Jang comenta: “Cuando uno ama de veras al Señor, ningún temor puede detener sus pasos”. En aquel momento, Jesús vio a Su madre y a Su discípulo amado, Juan, y los encomendó el uno al otro diciendo: “Mujer, he ahí tu hijo… He ahí tu madre” (Jn 19:26-27). Esta declaración alude tanto al cuidado filial de Jesús para con Su madre terrenal como a la formación de una nueva familia de fe dentro de la comunidad cristiana.

Durante Su ministerio, Jesús dijo: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? … Cualquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12:48-50). Es decir, María era Su madre en la carne, pero también debía seguirlo como discípula en la fe. Al decir: “Mujer, he ahí tu hijo”, Jesús abre un horizonte que trasciende la relación meramente biológica, para mostrarnos que quienes le obedecen y siguen forman parte de la familia de Dios. Incluso en la agonía de la cruz, estableció el fundamento de la comunidad cristiana, donde el amor y el cuidado mutuo deben prevalecer, y donde el vínculo de la fe es aún más sólido que los lazos sanguíneos.


6. La culminación del ministerio de Jesús en la cruz

La historia de la crucifixión nos permite contemplar cómo toda la vida de Jesús se cierra como un gran poema épico. Aunque asumió la misma carne que nosotros, no tenía pecado. En Su ministerio terrenal, anunció el reino de los cielos, sanó a enfermos y trajo esperanza a pecadores, cobradores de impuestos y prostitutas. Finalmente, tras ser incomprendido por el pueblo e incitado por los celos de los líderes judíos, fue condenado a la forma más cruel de ejecución. Pero Él lo aceptó todo y murió en la cruz. Para los ojos humanos, aquello fue un terrible desastre, pero desde la perspectiva divina, fue el gesto supremo de amor, al entregar a Su Hijo unigénito para salvar a un mundo pecador, y el acto expiatorio más sagrado. El pastor David Jang describe la cruz como “el lugar donde el amor de Dios y Su justicia se besan”. Eso se entiende porque la cruz manifiesta la misericordia infinita de Dios y, al mismo tiempo, cumple el justo pago por el pecado.

La coincidencia con la Pascua realza todavía más el significado de la crucifixión. En el Antiguo Testamento, el pueblo de Israel, esclavo en Egipto, se salvó de la muerte pintando con sangre de cordero los postes de la puerta (Éx 12). Cada año, recordaban este hecho con la celebración de la Pascua. De igual manera, la muerte de Cristo sucedió precisamente en esos días de Pascua, lo que no es una simple casualidad histórica, sino un acto planeado, en el que el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29) pagó una vez y para siempre el precio del pecado humano. Gracias a la sangre derramada por Jesús, los pecadores fuimos librados de la condenación eterna y reconciliados con Dios. Así como la sangre del cordero pascual fue protección contra el ángel de la muerte en el Éxodo, la sangre de Jesús se convierte en el poder salvador que nos libra de la ira y el juicio.

El camino que recorrió Jesús con la cruz no fue, pues, una simple marcha hacia la muerte, sino la consumación victoriosa de la obra de salvación. Aunque exteriormente se veía como una derrota cruel, humillante y sangrienta, en lo espiritual representaba el triunfo sobre el poder del pecado y la muerte. La frase final de Jesús, “Consumado es” (Jn 19:30), refleja que Su misión no terminó en el fracaso, sino que llegó a la plenitud. Al contemplar la cruz, no debemos quedarnos solo en la pena o el dolor, sino ver más allá, a la victoria de la resurrección. A través de ella, la cruz se transforma en la puerta de entrada a la vida eterna, y para el creyente es un fundamento de paz y reconciliación con Dios.


7. Dos aspectos clave para la vida cristiana

Contemplando profundamente la crucifixión registrada en la Biblia, encontramos dos aspectos prácticos de aplicación. Primero, cuando Jesús nos mandó “amad a vuestros enemigos” (Mt 5:44), no se trataba de un idealismo abstracto. Él experimentó en carne propia la violencia y el escarnio de los soldados romanos, de los líderes religiosos y de la multitud, y, aun así, oró: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23:34). No se limitó a enseñar sobre el amor; absorbió el odio y la agresión sin responder con maldición o venganza. Venció el mal a fuerza de bien (Ro 12:21) y reveló el amor de Dios que desea salvar aun a los que se le oponen. El pastor David Jang lo considera “la prueba concluyente de que en Jesús no hay disonancia entre Sus enseñanzas y Su práctica diaria”. Si somos sus discípulos, estamos llamados a seguir Su ejemplo en la familia, el trabajo, la sociedad y las relaciones humanas, renunciando al rencor y comprometiéndonos a amar como Él amó. Esa es la senda del discipulado.

Segundo, la cruz nos invita a formar parte de una “comunidad que asume la carga de los demás”. En Gálatas 6:2, Pablo exhorta: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”. Así como Jesús llevó nuestros pecados, maldiciones y debilidades, nosotros también debemos asumir los dolores, heridas y carencias de los demás para vivir como comunidad. La cruz es ante todo un acto de entrega y solidaridad. Por lo tanto, el auténtico creyente no se detiene en la convicción individual de “estar yo salvado”, sino que se entrega a la iglesia y al prójimo con un corazón sacrificado. Muy en especial dentro de la comunidad cristiana, si algún hermano o hermana sufre, hemos de sentirlo como si nos pasara a nosotros y ofrecerle ayuda activa. El pastor David Jang apunta que “la fe de la cruz no puede existir de forma individualista. Solo cuando la iglesia comparte y carga mutuamente las cargas, la cruz cobra vitalidad en la vida diaria de la congregación”.


8. El ejemplo de las mujeres al pie de la cruz y del discípulo amado

Al meditar de nuevo en las mujeres que se mantuvieron al pie de la cruz y el discípulo amado, recordamos que la mayoría de los discípulos hombres habían huido aterrados. Sin embargo, estas mujeres, aunque socialmente eran consideradas débiles, no se movieron de allí. Por su parte, Jesús se dirigió a ellas, ofreciéndoles palabras de consuelo y un encargo: “Mujer, he ahí tu hijo… He ahí tu madre” (Jn 19:26-27). Esas palabras recogen la expresión del amor familiar de Jesús hacia Su madre terrenal, y también ilustran cómo Él estaba estableciendo una nueva familia basada en la fe. El Señor culminaría la historia de la salvación en la cruz, y ese amor se expandiría en la iglesia, de modo que todos fueran uno en el amor. Este episodio señala cómo la iglesia de hoy debe actuar y con qué actitud hemos de acompañar a Jesús en Su sufrimiento.

Así, la crucifixión de Jesús se convierte en la culminación del plan divino. Su encarnación hizo que tuviera naturaleza humana, pero jamás pecó. Durante Su ministerio, se entregó a sanar y liberar a los desamparados, y finalmente fue crucificado por la incomprensión de muchos. Con todo, ese suceso, aparentemente trágico, representa la ofrenda de amor de Dios para redimir a Su creación. El pastor David Jang describe la cruz como “el lugar donde se encuentran el amor y la justicia de Dios, para sellarse con un beso”, pues a la vez que Dios expresa Su amor infinito, Cristo satisface la justicia del Padre pagando nuestros pecados.


9. El significado de la Pascua y la muerte de Jesús

La fecha de la crucifixión, coincidente con la Pascua, subraya la condición de Jesús como Cordero de Dios. En el Antiguo Testamento, Israel conmemoraba cómo, en la noche previa a su liberación de Egipto, la sangre de un cordero en el dintel de la puerta los salvó de la plaga mortal (Éx 12). Jesús muere en la cruz precisamente en el tiempo de la Pascua, cumpliendo así la imagen del “Cordero de Dios” que quita el pecado del mundo. Su sangre, derramada en la cruz, nos libra de la muerte eterna y forja la reconciliación con Dios. De esta manera, lo que fue un símbolo en el antiguo Éxodo se materializa plenamente en la pasión de Cristo.

Lo que aparentemente era una marcha hacia la derrota, se convierte en un desfile triunfal de salvación para toda la humanidad. Mientras la gente se burlaba y la sangre corría, en el plano espiritual se estaba destruyendo el poder del pecado y la muerte. Cuando Jesús pronuncia: “Consumado es” (Jn 19:30), se vislumbra la consumación de la victoria divina, no la derrota. Por eso, al contemplar la cruz, no podemos quedarnos en el lamento, sino que debemos también vislumbrar la resurrección que sigue. Transformada por la resurrección, la cruz es la puerta de la vida eterna, el fundamento de la paz y la libertad con que el creyente vive.


10. Dos implicaciones para el discipulado

En la narrativa bíblica de la crucifixión se hallan dos aplicaciones fundamentales para nuestra vida:

(1) El amor hacia los enemigos no es meramente un ideal: Cuando Jesús dijo “amad a vuestros enemigos” (Mt 5:44), lo vivió plenamente. Sufrió en carne propia la brutalidad de la gente que lo golpeó y lo escarneció, pero clamó por su perdón. De este modo, venció el mal con el bien, y manifestó el amor salvífico de Dios incluso por los malvados. El pastor David Jang recalca: “En Jesús, no hay separación entre Su palabra y Su vida; lo que enseñó lo vivió hasta el último aliento”. Si pretendemos ser Sus discípulos, debemos también desterrar el odio y el rencor en nuestras relaciones familiares, laborales y sociales, para imitar el amor de Cristo.

(2) Cargar unos con las cargas de los otros: La cruz nos invita a una vida comunitaria donde se comparten y asumen los problemas, sufrimientos y debilidades del prójimo. Gálatas 6:2 ordena “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”. Del mismo modo en que Jesús cargó con nuestras culpas, la verdadera iglesia practica la solidaridad y el apoyo mutuo. La fe genuina en la cruz no conduce a la autosuficiencia espiritual, sino a entregarnos al servicio y al cuidado de los demás. El pastor David Jang concluye: “La fe en la cruz no puede sostenerse de forma aislada. Cuando la comunidad cristiana comparte los pesos, la cruz se convierte en un poder activo en medio de nosotros”.


11. Permanecer al pie de la cruz y la invitación a la nueva familia

Si volvemos la mirada a las mujeres y a Juan, el discípulo amado, que se quedaron junto a la cruz cuando casi todos los demás se dispersaron por miedo, descubrimos una actitud que todo creyente debería imitar. Incluso en un lugar donde se ajusticiaba a criminales, ellas resistieron por amor a Jesús. Él, a cambio, les dirigió tiernas palabras de consuelo y les confió su cuidado mutuo: “Mujer, he ahí tu hijo… Hijo, he ahí tu madre” (Jn 19:26-27). Con ello, Cristo muestra tanto Su afecto familiar hacia María como Su visión de una familia de fe en la que todos somos hijos e hijas de Dios. La crucifixión se convierte en el cimiento de una iglesia que practica la comunión y la unión en el amor. Así, este pasaje describe la forma ideal de la iglesia en el presente, y la manera en que nuestro seguimiento del Señor nos conduce a la participación plena en Su pasión y Su misión.

La cruz de Jesús pone fin a una historia de entrega total. Si contemplamos Su encarnación, notamos que Él hizo Suya nuestra humanidad, pero permaneció sin pecado. Proclamó el Reino, sanó, restauró y extendió la mano a los marginados, y terminó condenado bajo falsas acusaciones. Desde el punto de vista humano, fue un escándalo; desde la visión de Dios, fue el sacrificio redentor máximo. El pastor David Jang define la crucifixión como “el momento en que se estrechan en un beso la justicia y el amor de Dios”.


12. Cruz y Pascua: La victoria sobre el poder del pecado

El hecho de que la crucifixión de Jesús coincida con la celebración de la Pascua es decisivo. El pueblo de Israel, esclavo en Egipto, fue protegido de la muerte por la sangre del cordero en las puertas de sus casas, y ahora los creyentes somos salvados por la sangre del Cordero que quita el pecado del mundo. Lo que en la Pascua judía era símbolo de liberación física y política, se transforma aquí en una liberación definitiva del pecado y la muerte. El sacrificio de Jesús en la cruz abre el camino para la reconciliación con Dios. Así, la resurrección ensancha este acontecimiento y confirma que la muerte ha sido vencida. Para la comunidad cristiana, este es el suceso central que da vida y esperanza.

El recorrido de Jesús hacia el Calvario, por tanto, no es una derrota en sentido estricto, sino un avance triunfal en el plan de salvación. Aunque parecía que toda la culpa y violencia de la humanidad caían sobre Él, espiritualmente estaba destruyendo el reino del pecado. De ahí que Su última palabra, “Consumado es” (Jn 19:30), evidencie un cumplimiento pleno y victorioso de la misión de salvar a la humanidad.


13. El amor a los enemigos y la comunidad de la cruz

Observando de nuevo la crucifixión, nos hacemos conscientes de lo que implica el verdadero amor a los enemigos. Cristo no solo enseñó “amad a vuestros enemigos”, sino que soportó con mansedumbre la violencia y la burla, orando por el perdón de quienes lo crucificaban: “Padre, perdónalos” (Lc 23:34). Así, cumplió con integridad lo que predicó y encarnó hasta el límite esa enseñanza. Quien quiera llamarse discípulo de Cristo debe anhelar este mismo camino. En un mundo marcado por el egoísmo y la ira, la vía de la cruz invita a la compasión, la reconciliación y la renuncia al rencor. El pastor David Jang reafirma que “la prueba de que Cristo vivió conforme a Su palabra está en la cruz, donde sufrió la peor injusticia sin levantar nunca una maldición”.

El segundo elemento práctico es la vida comunitaria del “sobrellevar los unos las cargas de los otros” (Gá 6:2). En la cruz, Jesús cargó con la pena y la condena del pecado humano. De manera análoga, la iglesia está llamada a ser una familia que comparte, consuela y sostiene mutuamente a sus miembros. Donde la cruz es recordada y venerada, no puede prevalecer el egoísmo ni la indiferencia. El pastor David Jang advierte que “una fe individualista no puede ser verdadera fe en la cruz. Debemos formar comunidades que llevan las cargas del prójimo para que la fuerza del sacrificio de Cristo fluya en medio de nosotros”.


14. La perseverancia de las mujeres y el discípulo amado, ejemplo de lealtad

La valentía de las mujeres y de Juan ante la cruz contrasta con el miedo que dispersó a los demás discípulos. Aparentemente frágiles, ellas demostraron mayor coraje y fidelidad. Jesús recompensó su dedicación confiándoles la tarea de cuidarse mutuamente: “Mujer, he ahí tu hijo… Hijo, he ahí tu madre” (Jn 19:26-27). Esa expresión es un ejemplo de amor filial y de la consolidación de una nueva familia de fe, en la que Dios es el Padre y todos somos hermanos. Este instante marca el surgimiento de la iglesia post-pascual, que avanza unida en el sufrimiento y la esperanza de la resurrección. La escena sugiere cómo la iglesia de hoy debe mantener una relación afectiva y cercana con el Señor crucificado.

Por consiguiente, la crucifixión de Jesús revela de manera dramática el núcleo del plan de redención divino. Él vino en carne para identificarse con nosotros, recorrió las aldeas anunciando el Reino, se acercó a los marginados y soportó la peor humillación para rescatarnos. Aunque fue una tragedia desde la óptica humana, para Dios se trató de la ofrenda máxima de amor. El pastor David Jang describe la cruz como “el espacio donde la justicia de Dios y Su amor infinito se manifiestan plenamente”.


15. La grandeza de la paradoja: Muerte y victoria en la cruz

La cruz, vista en aquel entonces como un símbolo de deshonra, se convierte para los creyentes en un estandarte de victoria. Aunque haya humillación y muerte, es en realidad la vía de la glorificación y el poder de Dios. El pastor David Jang lo llama “el escenario de la mayor paradoja de la historia de la humanidad”, porque, si bien se percibía como un lugar de derrota, vergüenza y burla, allí se desplegaban la gloria, la autoridad y la salvación divinas. La cruz expone la soberbia y la maldad humanas, pero a la vez revela la misericordia y la gracia divinas, que dan paso a la esperanza de la resurrección. Por eso, debemos apropiarnos de la fuerza redentora de la cruz, asumirla de corazón y compartirla con el mundo. Esa es la forma en que hoy el suceso de la crucifixión sigue siendo “evangelio vivo” para quienes lo aceptan.

Al entender que nuestros pecados fueron perdonados gracias a la cruz de Cristo, toda nuestra vida es transformada. Del mismo modo que los discípulos de Emaús sintieron arder su corazón cuando el Resucitado les explicaba las Escrituras (Lc 24:32), reflexionar en la cruz debería encender nuestro interior con gratitud y reverencia. Jesús no fue solo un gran maestro o filósofo; es el Salvador que entregó Su vida por cada uno de nosotros. Ese reconocimiento mueve nuestro corazón y rompe las cadenas del egoísmo, la avaricia, el odio y el temor, porque en la cruz hallamos un amor infinito. El pastor David Jang exhorta: “Quien se aferra a la cruz no puede volver a vivir igual, porque el amor de Cristo nos impulsa a cambiar y renovarnos”.


16. Conclusión: La cruz, eje del evangelio y camino del discipulado

En conclusión, el acto de Jesús de llevar Su cruz hasta el Calvario, aceptando la muerte, fue la manifestación contundente de la redención que Dios ofrece a la humanidad, condenada por el pecado. Ese día, muchos lo injuriaron, se repartieron Sus ropas o ignoraron Su dolor, pero unas pocas mujeres y el discípulo amado se quedaron con Él. Desde la cruz, Jesús perdonó a quienes lo crucificaban, cuidó de Su madre encomendándola a Juan y selló Su obra con la frase “Consumado es”. La crucifixión, aunque parece la muerte atroz de un hombre, es en realidad el inicio del amor de Dios que nos acoge y la llave que abre la puerta de la resurrección. Así, no podemos reducir Juan 19 a un mero relato triste. Allí se halla la voluntad santa de Dios, Su justicia y, por encima de todo, Su inmenso amor. Este pasaje concentra la esencia de la fe cristiana: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito…” (Jn 3:16) se cumple plenamente en la cruz.

En nuestros días, al contemplar la cruz de Cristo, nuestras metas y prioridades se renuevan. En un mundo regido por la codicia y la indiferencia, optar por servir a los demás y seguir la verdad de Dios no es tarea fácil. Sin embargo, cuando recordamos el camino que recorrió Jesús y recibimos la fortaleza del Espíritu Santo, experimentamos una paz y un gozo que el mundo no puede dar. El pastor David Jang cita con frecuencia la confesión de Pablo: “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gá 6:14), subrayando que “en la cruz se asientan todos los cimientos de la iglesia y de la vida nueva”. Ni la opulencia ni la fama terrenal constituyen la gloria del cristiano; su verdadero poder y virtud radican en recordar sin cesar la pasión de Cristo y en vivir de acuerdo con Su amor.

De este modo, la fe centrada en “Jesucristo crucificado” es el corazón mismo del cristianismo. Gracias a Su sacrificio expiatorio, los pecadores fuimos declarados justos, y Su amor nos lleva al arrepentimiento y a una vida renovada cada día. Sin la cruz, la fe cristiana carece de sentido. Donde hay cruz, hay vida; y allí se abre la puerta de la resurrección. Por ello, debemos contemplarla continuamente, seguir Su senda y anunciar este amor a los demás. La historia de la cruz en Juan 19:17-27 se extiende hasta la mañana de la resurrección, inaugurando un capítulo nuevo en la historia de la salvación, y sigue transformando hoy a innumerables creyentes en el mundo entero que viven iluminados por este evangelio.

En pocas palabras, el gran acontecimiento de “Ser clavado en la cruz” es la expresión más radical y definitiva del amor de Dios por la humanidad pecadora, y, al mismo tiempo, la señal de la victoria que destruye para siempre el poder de la muerte. El pastor David Jang lo llama “la más grande paradoja de la historia humana”, porque en ese lugar de muerte, humillación y burla, se manifestó la gloria y el dominio divinos. Ante la cruz se desnuda el pecado y la crueldad del hombre, pero también se revela el amor perfecto y la gracia de Dios, anunciando la esperanza de la resurrección. Por lo tanto, debemos abrazar este acto supremo de expiación y ser partícipes de la obra redentora de Cristo en nosotros, en la iglesia y en el mundo. Así, la cruz se hace “evangelio vivo” en nuestro presente.

Si recordamos que a través de la cruz obtuvimos perdón y salvación, nuestras oraciones, nuestro culto, nuestro amor al prójimo y nuestra labor evangelizadora no pueden seguir iguales. Ya no somos hijos de las tinieblas, ni personas dominadas por la codicia o el egoísmo. Cuando recreamos el amor de la cruz en nuestra vida cotidiana y comprendemos el valor de la sangre derramada en el Calvario, nuestras existencias y la iglesia se llenan de alegría, fuerza y esperanza. Ese es el sentido de nuestra identidad y misión cristianas. El pastor David Jang repite a menudo: “En el umbral de nuestra fe, la cruz se encuentra al frente, y esta debe regir toda nuestra vida”. Reconozcamos, pues, que sin la cruz nada puede ser verdadero ni pleno, y que cada día debemos contemplar su amor y extenderlo a los demás. Solo así podremos ser fieles al camino de Cristo.

En definitiva, la cruz no es un simple emblema religioso o un adorno, sino la misma esencia del corazón de Dios. En ella se unen la obediencia y el sacrificio del Hijo, el amor del Padre y el poder del Espíritu Santo. Y ese camino invita también a nosotros a cargar con “nuestra cruz” y seguir a Jesús. Si creemos en el Señor resucitado, que triunfó sobre la muerte, no podemos sino decir: “Señor, tomaré mi cruz y caminaré contigo”. Para que esta confesión no se quede en palabras, debemos ejercitarnos espiritualmente cada día, contemplando la cruz y asimilando el corazón de Cristo. Tal práctica derrite nuestro orgullo y avaricia, volviéndolos amor y reconciliación, y transformando los conflictos en paz.

Por tanto, los versículos de Juan 19:17-27, que describen la crucifixión de Jesús, constituyen el relato de la tragedia más sobrecogedora de la historia y, a la vez, de la esperanza más brillante. Cada vez que lo meditamos, no olvidemos –siguiendo la enseñanza del pastor David Jang– que “la cruz es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida”. Si somos llamados cristianos, hemos de decidirnos de nuevo a no ser como la muchedumbre que se burlaba ni como los soldados que se repartían las vestiduras de Jesús, sino a parecernos a Simón de Cirene, quien tomó la cruz y experimentó la bendición, o a las mujeres y al discípulo amado, que no abandonaron al Señor, sino que lo acompañaron hasta el final. Igualmente, fortaleciéndonos con el perdón que brota de la cruz, somos llamados a amar aun a los enemigos, a llevar las cargas del prójimo y a construir aquí el reino de Dios. Al contemplar a Jesús crucificado, recordemos que de Sus heridas mana la sangre que limpia nuestro pecado y sana nuestras dolencias, y proclamemos que ese poder sigue obrando hoy para restaurar a la iglesia, a la sociedad y a todas las naciones.

En conclusión, el tema “Fue clavado en la cruz” resume la esencia de la fe cristiana, el punto de partida y la meta de nuestro camino espiritual. Sin la cruz de Jesús, no habría iglesia, ni salvación, ni discipulado, ni esperanza de resurrección. Tal como insiste el pastor David Jang en innumerables sermones, debemos llevar siempre la cruz en el corazón. Por más que cambien las tendencias y por más que la corriente de la historia se torne turbulenta, la obra salvadora de Dios en la cruz jamás se conmoverá. Por ende, postrémonos en arrepentimiento, alabemos y oremos con gratitud y, en nuestra vida, compartamos la gracia de la cruz. Así, obtendremos la paz, el consuelo y el poder que el mundo no puede ofrecer.

Recordemos, pues, que el Calvario no se limita a un hecho histórico del siglo I en Jerusalén, sino que sigue vivo para nosotros. El pastor David Jang afirma que la gracia de la cruz está siempre operante para sacudir a la iglesia y llevar las buenas nuevas a toda la tierra. Solo pasando por la cruz llegamos a la resurrección, y solo muriendo allí hallamos la verdadera vida. Al contemplar esa entrega total de Jesús, demos gracias y reafirmemos nuestra determinación de cargar nuestra propia cruz y seguirlo. Jesucristo, crucificado en el Calvario, es nuestro auténtico Rey, nuestro Sumo Sacerdote y nuestro Salvador. Como tales, recibimos Su ministerio, Su gracia y Su misión de proclamar este mensaje al mundo. Dentro de la fuerza de la cruz, nuestra vida experimenta renovación constante.

Que al reflexionar en Juan 19:17-27 podamos enfocar nuestra mirada en la senda de la cruz que recorrió Jesús. Aquel suceso no es un mero acontecimiento histórico del siglo I, sino la gracia que sigue viva y actuando en cada creyente y en la comunidad de fe. El pastor David Jang señala que esta gracia es el motor que despierta a la iglesia y extiende el evangelio de salvación a los rincones más remotos del mundo. Solo a través de la cruz alcanzamos la victoria de la resurrección; solo muriendo allí accedemos a una vida nueva. Sigamos, pues, empuñando la cruz y seamos transformados día tras día, entregando nuestro egoísmo y dejándonos moldear por el amor de Jesús. Si permitimos que ese amor fluya a nuestro alrededor, veremos milagros de reconciliación, de superación de conflictos y de paz verdadera.

Por lo tanto, al meditar en este pasaje de Juan 19, recordemos con el pastor David Jang que “la cruz es el camino, la verdad y la vida”. El cristiano que se precie debe decidir una vez más no comportarse como la multitud burlona o como los soldados que se repartieron las ropas del Señor, sino identificarse con los que llevaron la cruz con Él, los que lo acompañaron hasta el final y respondieron con gratitud y entrega. Del mismo modo, acogidos en el perdón de la cruz, estamos llamados a amar incluso a nuestros adversarios, a sostenernos mutuamente y a edificar el reino de Dios en este mundo. Contemplando al Cristo crucificado, proclamemos con fe que Su sangre aún tiene el poder de purificar nuestros pecados, sanar nuestras dolencias y renovar a la iglesia y a la sociedad.

En definitiva, “Fue clavado en la cruz” resume el centro de la fe cristiana, el principio y la meta de nuestro camino espiritual. Sin la cruz de Jesús, nada tendría sentido: ni la iglesia, ni la salvación, ni el discipulado, ni la resurrección. Como recalca a menudo el pastor David Jang, debemos grabar la cruz profundamente en nuestro corazón. Aunque las corrientes del mundo cambien, el amor y el plan de salvación de Dios manifestados en la cruz son inamovibles. Así, la humildad, la alabanza y la acción de gracias ante la cruz, junto con el compartir de la gracia recibida, son nuestro privilegio más grande y nuestra fuente de gozo. De esta forma, la paz, la consolación y el poder que sobrepasan el entendimiento humano descenderán a nuestras vidas.

Recordemos que el Calvario trasciende la historia del primer siglo y sigue actualizándose cada vez que los creyentes nos acercamos a Jesús con fe. El pastor David Jang enseña que esta gracia redentora continúa impulsando y purificando a la iglesia para llevar la luz del evangelio hasta los confines de la tierra. Solo a través de la cruz se llega a la resurrección; solo muriendo con Cristo en la cruz se experimenta la verdadera vida. Que esta meditación nos impulse a tomar nuestra propia cruz, a seguirlo sin reservas y a llevar el mensaje del amor y la redención de Cristo al mundo entero. Jesús, crucificado en el Calvario, es nuestro Rey y Salvador, y Su poder se perfecciona en nuestra debilidad cuando nos aferramos a la cruz. Así, día a día, la fuerza del sacrificio de Cristo renueva nuestro ser, y en esa renovación hallamos vida, victoria y esperanza. ¡Gloria sea dada al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!

www.davidjang.org

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